El Evangelio de la gracia - Brennan Manning

Sí, el Dios de gracia encarnado en Jesucristo nos ama.  La gracia es la expresión activa de su amor. El cristiano vive por gracia, como hijo de Abba, rechazando por completo
  • al Dios que atrapa por sorpresa a las personas en su debilidad...
  • el Dios incapaz de sonreír ante nuestros errores,
  • el Dios que no acepta tomar asiento en nuestros festejos humanos,
  • el Dios que dice: «Pagarás por eso»,
  • el Dios incapaz de comprender que los niños siempre se ensucian y olvidan las cosas,
  • el Dios que anda al acecho de los pecadores.
Al mismo tiempo, los hijos del Padre rechazan al Dios color de rosa que promete que jamás lloverá el día de nuestro cumpleaños.

Un pastor que conozco recuerda un estudio bíblico en su iglesia, un domingo por la mañana, en el que se estudiaba el texto de Génesis 22. Dios le ordena a Abraham que tome a su hijo Isaac y lo ofrezca en sacrificio en el Monte Moriah. Cuando el grupo leyó el pasaje, el pastor explicó el trasfondo histórico de este período en la historia de la salvación, incluyendo la práctica del sacrificio de niños entre los cananitas. El grupo escuchó en incómodo silencio. Luego el pastor preguntó:
— ¿Y qué significa esta historia para nosotros? Un hombre de mediana edad dijo:
— Le diré lo que significa para mí. He decidido que mi familia y yo buscaremos otra iglesia. 
El pastor lo miró sorprendido: — ¿Cómo? ¿Por qué?
—Porque cuando veo a ese Dios, el Dios de Abraham, siento que estoy cerca de un Dios real, no del tipo de Dios digno y de aspecto comercial, del Dios miembro de un club social de quien conversamos aquí los domingos por la mañana. El Dios de Abraham podía hacer pedazos a un hombre, dar y quitar un hijo, pedir todo de uno, y luego pedir más. Yo quiero conocer a ese Dios.

El hijo de Dios sabe que la vida de gracia le llama a vivir en una montaña fría y ventosa, no en la placentera llanura de la religión a medias.  Porque en el corazón del evangelio de la gracia, el cielo se oscurece, el viento aúlla, un joven sube otro Moriah en obediencia a un Dios que lo exige todo y no se detiene jamás. A diferencia de Abraham, Él lleva una cruz sobre sus espaldas, no ramas para encender el fuego del sacrificio... como Abraham, escucha a un Dios salvaje e incansable que se saldrá con la suya, sin importar cuánto cueste.

Este es el Dios del evangelio de la gracia. Un Dios que por amor, envió al único Hijo que tenía, para envolverlo en nuestra piel. Aprendió cómo caminar, tropezaba y caía, lloraba por su leche, sudó sangre por la noche, fue azotado y escupido, fue clavado a una cruz y murió susurrando perdón para todos nosotros.

El Dios del cristiano legalista, por otra parte, es a menudo impredecible, errático, capaz de prejuicios diversos. Cuando vemos a Dios de esta manera, nos sentimos obligados a entrar en una espe¬cie de magia para aplacarle. La adoración del domingo se convierte en una supersticiosa póliza de seguros contra sus caprichos.  Este Dios espera que la gente sea perfecta, y que siempre sea capaz de controlar sus pensamientos y emociones. Cuando aquellos que son quebrantados por este concepto de Dios fallan —como sucederá inevitablemente— por lo general esperan castigo. Así que perseveran en prácticas religiosas mientras luchan por mantener una hueca imagen de un propio ser perfecto. La lucha en sí misma es extremadamente agotadora. Los legalistas nunca pueden cumplir las expectativas que proyectan para su Dios.

Una mujer de Atlanta, casada y con dos niños, me dijo hace poco que estaba segura de que Dios se sentía desilusionado con respecto a ella porque no estaba «haciendo nada» por Él. Me dijo que sentía el llamado a ministrar en un comedor, pero que luchaba con la idea de dejar a sus hijos al cuidado de otra persona. Se sorprendió cuando le dije que el llamado no provenía de Dios, sino de su propio legalismo. Ser buena madre no era suficiente para ella. En su mente, tampoco era suficiente para Dios.

De la misma manera, una persona que ve a Dios como un cañón enloquecido que dispara balas por doquier para hacernos saber quién está a cargo de todo, se volverá temerosa, esclava y hasta poco comprensiva con respecto a los demás. Si su Dios es una fuerza cósmica e impersonal, su religión no tendrá compromiso y será vaga. La imagen de Dios como matón omnipotente que no permite la intervención humana crea un estilo de vida rígido gobernado por leyes puritanas y dominado por el miedo.

En cambio, la confianza en el Dios que nos ama fiel y continuamente, alimenta a discípulos libres y que confían en Él. Un Dios de amor promueve un pueblo de amor. «El hecho de que nuestra visión de Dios tiene mucho que ver con cómo damos forma a nuestras vidas quizás sea una de las razones por las que las Escrituras le dan tanta importancia a que busquemos conocerle».2

Esta verdad está ilustrada en la visión de Dios que tenía el profeta Jonás. Él se enfurece tanto cuando los de Nínive se arrepienten después de su predicación, que quiere morir. No quería que Dios perdonara a Nínive; quería juicio. Su estrecho racionalismo hacía que le fuera imposible comprender el enorme amor de Dios.3 Sin embargo, el mensaje de este libro profético trasciende los límites del profeta. Proclama lo bueno que es Dios, y cómo su compasión se extiende a toda criatura del universo incluyendo, como lo dice la última palabra del libro, «a los animales». Él se ocupa de todos los hombres y las mujeres. Todos son llamados a aceptar el extravagante regalo de su gracia, porque aceptarlo significa simplemente volverse hacia Dios.

Jonás no era capaz de comprenderlo. Perdió su temple y se enfureció cuando se secó la planta que le daba sombra, pero aun así era capaz de dejar que miles de personas perecieran por falta de fe sin inmutarse. No es que fuera malo. Después de todo, intentaba librarse del fantasma de los marineros paganos. No era malo, sino miope. Dios era su Dios, el Dios de los hebreos, aprisionado en un país, en un templo, en un arca de la alianza.   La teología de este libro sagrado es una llamada a los israelitas de ambas alianzas: piensa en grande acerca de Dios. La misericordia de Dios por la arrepentida Nínive, por la autocompasión de Jonás, y hasta por los animales, prepara el camino para el evangelio de la gra¬cia. Dios es amor.

«A lo largo de los años he visto cristianos que moldean a Dios a su propia imagen y semejanza... en todos los casos como un Dios terriblemente pequeño.
  • Algunos católicos romanos siguen creyendo que solamente ellos pastarán en verdes prados...
  • Está el Dios que tiene un afecto especial por la Norteamérica capitalista, que toma en cuenta al fanático de su trabajo,
  • y el Dios que sólo ama a los pobres y desposeídos.
  • Hay un Dios que marcha con los ejércitos victoriosos,
  • y un Dios que ama solamente al humilde que pone la otra mejilla.
  • Algunos son como el hermano mayor en Lucas, que protesta cuando el padre se alegra y sirve al hijo pródigo que ha gastado su último centavo con las prostitutas.
  • Otros, se niegan trágicamente a creer que Dios pueda o quiera perdonarles: mi pecado es demasiado grande.4
Este no es el Dios de Gracia que «quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Timoteo 2:4). No es el Dios encarnado en Jesús al que conoció Mateo, el Dios que llama a los pecadores, y como sabemos usted y yo, esta es una definición que nos comprende a todos.

NOTAS:
2. Peter Van Breemen, Certain As the Dawn (Denville, N.J.: Dimension Books, 1980), p. 13.
3. Walter J. Burghardt, S.J., Grace on Crutches: Homilies for Fellow Travelers (New York: Paulist Press, 1985), pp. 101-02.
4. Ibid, p. 108.

Manning, Brennan. El evangelio de los andrajosos. pp. 34-38
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